domingo, 16 de octubre de 2011

Aprendiendo a convivir con el dolor

La vida lleva impregnada en sí misma el dolor y la felicidad. Existen muchas experiencias que pueden ser dolorosas: la pérdida de un ser querido, perder un trabajo, la enfermedad, la soledad, la ruptura de una relación, la frustración del tiempo perdido o las metas no alcanzadas. Nosotros por naturaleza rechazamos el dolor y aceptamos lo placentero. A los niños les encantan los helados y los dulces, pero detestan la sopa  y las legumbres. Sólo ciertos sabores se aprenden a degustar con el paso del tiempo, empezamos a comer cierto tipo de alimentos porque adquirimos la conciencia que son buenos para nuestra salud, a pesar que su sabor no sea tan agradable como un helado de vainilla.

Así ocurre con el dolor. Es más fácil huir y tratar de ocultarse. Nuestra primera reacción es negar lo ocurrido, hacer de cuenta que nada ha pasado o suponer que las cosas no han cambiado en realidad. Algunos se ocultan en la diversión. Buscan placebos para ignorar la aflicción. Se refugian en la bebida, en las drogas, en el sexo, con tal de generar estados de euforia, anestesia, placer, adrenalina, que les ayude a no pensar en la realidad de su vida. Otros buscan refugio en su trabajo o estudio, manteniendo la mente ocupada, procurando que el tiempo pase rápidamente, para llegar extenuados a su hogar y dormir. El dormir puede ser la válvula de escape para evadir lo que se está sintiendo.

Nuestro cuerpo sin embargo nos envía señales que algo no está bien. Es cuando el dolor es somatizado. Nuestro cuerpo empieza a manifestar que algo no anda bien en nuestra alma. Nos estresamos, nos da sueño, nos enfermamos, sentimos dolor de cabeza y es porque el cuerpo está diciendo: algo está mal en tu interior. No has vivido el duelo. No quieres confrontar el dolor. Solo lo quieres ocultar.

Aceptar el duelo es comprender que el dolor necesita una catarsis. Necesitamos desahogarnos. Necesitamos exteriorizar saludablemente nuestra aflicción y en realidad empezar a vivir el duelo. El duelo que llegó por ese sentimiento de pérdida, de la esperanza frustrada, de aquello que quisimos que permaneciese y se fue, la ilusión quebrada.

Debemos vivir el duelo. Comprender que tal vez sea necesario tener  un tiempo para llorar, para hablar de lo ocurrido, de buscar ayuda. Bajarnos del pedestal del orgullo y aceptar que somos seres de carne y hueso. Que nuestro corazón también siente y que todo ser humano necesita ser consolado. Tal vez hay una mezcla de rabia, de soledad, de angustia, de profunda tristeza. Son muchos sentimientos los que están allí acumulados. Es necesario hacer catársis por medio del diálogo, del llanto. Es necesario salir del encierro, caminar, meditar, leer un buen libro. Pero también reconocer que necesitamos de la ayuda de alguien idóneo. Una persona sabia que nos pueda aconsejar o simplemente brindar un abrazo. Necesitamos escuchar y ser escuchados.

Es importante hablar con la verdad. Lo peor que podemos hacer es decirnos mentiras. Pretender que todo marcha bien y que no ha pasado nada. Fingir que estamos bien. Vivir el duelo significa que estamos dispuestos a continuar con nuestra vida, que no nos vamos a dar por vencidos, que vamos a seguir dando la batalla. Es aprender a abrazar el dolor, no es rechazarlo. Es verlo como un cincel que pule las toscas aristas del alma. Que nos hace ser mejores personas. Que nos vuelve personas compasivas con el dolor de otros. Vivir el duelo significa que no nos vamos a resignar a hundirnos en la arenas movedizas de la amargura y el resentimiento, sino que hemos tomado la decisión de perdonar, aceptar la  pérdida, buscar el propósito y la mejor lección que puedo obtener para ser una mejor persona.

El dolor hace parte de la vida y actuamos con necedad cuando pretendemos ignorarlo. Estamos perdiendo la oportunidad de crecer, de ser mejores personas y llegar a ser lo mejor que podemos ser.
No se trata de vivir en continuo dolor, sino de superarlo, ser consolados, hacer catársis, vivir los duelos y así tener un corazón sano para continuar hacia la meta que nos hemos trazado.

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