viernes, 10 de octubre de 2014

Aquella felicidad tan anhelada

Dice la sabiduría popular que en las cosas sencillas de la vida está la felicidad, pero...¡cuánto trabajo cuesta aprenderlo! En la vida emprendemos un largo viaje, que con el paso del tiempo nos damos cuenta que transcurre demasiado rápido para nuestro gusto. La vida es volátil, frágil, pasajera. Se pasa delante de nuestros ojos en un abrir y cerrar de ojos. Y es una continua búsqueda de un concepto nada claro de algo que se denomina felicidad.

La publicidad, en aras de obtener sus respectivos beneficios, construye un mundo idealizado en el cual se supone debemos habitar: lugares paradisíacos, rodeado de gente bella, automóviles modernos, casas amplias y lujosas, vestidos a la moda, comida deliciosa y una cadena interminable de productos que deben ser comprados para cada vez ir llenando ese complejo rompecabezas que constituye la supuesta felicidad que brinda el dinero. Pero rara vez lo que nos venden, es lo que realmente necesitamos. La publicidad  nunca te dirá la cruel verdad detras de esta fachada de promesas fantasiosas: queremos tu dinero. ¿Y qué se puede decir al respecto? Es necesario que la economía siga su camino. La gente necesita vivir de algo. El vendedor ofrece su producto y procurará mostrar el lado más amable del mismo para así recoger lo de su salario. Es la ley de la vida.

El problema está cuando caemos en el círculo vicioso y compulsivo de comprar y comprar solo para tratar de satisfacer nuestros caprichos egoístas. Es creer que eso que compramos, a veces con un esfuerzo descomunal, constituirá eventualmente nuestra fuente suprema de felicidad.  Y que gran decepción sentimos cuando nos damos cuenta, que ese placer momentáneo de nuestra compra se esfuma ante nuestros ojos, porque el siguiente producto ya está generando la expectativa, la emoción, el éxtasis que nuestra adrenalina necesita descargar a través del gasto de nuestro dinero. Una insastifacción continua, un vacío recurrente, es la sensación que nos deja este ciclo irreal y superfluo.

¿Creemos que una persona nos puede hacer felices? Tal vez la belleza nos deslumbre por algunos instantes. La atracción que sentimos por la persona amada, las sensaciones que nos produce su compañia, sus palabras, sus caricias, el denominado "embrujo" del enamoramiento, hacen que nuestro organismo experimente placer, alivio, satisfacción, sensaciones de beneplácito. Pero eventualmente experimentamos la frustración al darnos cuenta que esa princesa rosa o ese príncipe azul no son sino el producto de nuestra exacerbada imaginación. Plasmamos en el otro aquellas idealizaciones que quisieramos que tuvieran. Al frente tenemos ni más ni menos, otra persona tanto o más defectuosa que nosotros. Es cuando nos estrellamos con la realidad. Es cuando vemos sus defectos, tanto físicos como de carácter, que hace nos sintamos decepcionados. Construimos una imagen que ni siquiera esa persona deseaba proyectar. 

Son las cosas sencillas las que traen la verdadera alegría. Y no tienen costo alguno. Caminamos buscando tener momentos asombrosos, experimentar el éxtasis de las emociones continuas, vivir situacioines inolvidables a través de los viajes, los méritos, los triunfos, el entretenimiento, la diversión. Algunos buscan tocar la cima y experimentan con el alcohol, las drogas, la lujuria, el gasto desmedido. Solo por tener un orgasmo mental permanente, permanecer en la máxima excitación y así ser felices. Pero todo esto se agota. No fuimos hechos para estar continuamente excitados, pues esto solo lleva a la adicción. El adicto no está satisfecho con lo que siente. Cuando ya lo que obtiene no lo satisface, entonces busca experiencias cada vez más fuertes para volver a sentir. El destino final es la depresión, la insensibilidad, la desproporción, la pérdida de los valores, el aislamiento y finalmente, la destrucción. Ninguna adicción será buena y la adicción al placer no está exenta de ello.

La vida la mayoría del tiempo es rutinaria. No es en sí muy emocionante. La mayor parte del tiempo vivimos y convivimos con actividades comunes. Nos levantamos, vamos al baño, comemos, dormimos, trabajamos. Esto ocurre la mayor parte del tiempo. Y es cuando nos hacemos la pregunta: ¿Eres feliz la mayor parte del tiempo? No solo en ocasiones especiales, no solo cuando te pagan tu salario o cuando puedes viajar. No solo los viernes o cuando acabas tu jornada laboral. Porque la felicidad no consistirá en esos momentos especiales que tanto perseguimos y que tan rápido huyen de nuestras manos.  Se trata de aprender  a disfrutar nuestras rutinas. Los momentos simples, cuando no necesitamos gastar dinero, cuando hacemos lo que normalmente hacemos. Cuando no estamos con trajes y vestidos de fiesta, sin maquillajes ni costosos perfumes, cuando somos lo que habitualmente somos. 

Si no aprendes a disfrutar la simpleza y la rutina, estarás la mayor parte del tiempo frustrado. Porque la vida es más sencilla de lo que imaginamos. Y aquello que tu llamas "aburrido" lo es, porque así tu lo has permitido. Porque no has podido ver la luz en medio de las nubes. ¿Estas demasiado ocupado(a)? Busca el tiempo para ser feliz. Tal vez no necesites una casa lujosa, un carro último modelo o llenar tu pared de títulos ostentosos que eventualmente se llenarán de polvo. No se trata de que seas irresponsable o que no te puedas dar un gusto. Es solo que debes buscar la lucidez, la conciencia plena de que aquellas cosas simplemente no te hacen mejor que nadie. Es admitir que no te hacen feliz, que no pueden llenar tu interior. Es ser libre de prescindir de ellos cuando se te venga en gana y decidir que nada te va a esclavizar. Es cuando decides que en lugar de estar "excitado", tal vez sea más interesante hacer cosas que tengan un propósito, un sentido, una finalidad. Es cuando te das cuenta que vale la pena compartir con alguien que te enseña, en lugar de estar solo con aquellos que se hacen llamar "divertidos". 

Busca bien porque puedes estar cavando en la fuente equivocada. Busca el agua que te satisfaga y no el oro que deslumbra. El camino a la felicidad es un camino rocoso, que puede ser bastante confuso. Es posible que te puedas equivocar yéndote detrás de una mentira, buscando un espejismo en medio del desierto. Debes aprender a caminar en el desierto, agradecer por tu camello, beber tu cantimplora gota a gota, racionando esa escasa agua que puedes disfrutar, la que te sostiene con vida. No se trata de vivir en el oasis, se trata de hacerse fuerte en el desierto. Aprender a protegerse de los rayos del sol, sin perder de vista el horizonte. No te resignes a los oasis del camino y menos te desvíes por los espejismos. Traza una meta y  sigue avanzando hasta conseguirla. Esto te puede llevar la vida entera, pero si estás enfocado no desistirás. Aprende a hacer de la arena tu amiga y confidente, y no temas a la fría y oscura noche del dolor, mas bien aprende a convivir con ella. La verdadera felicidad está en la lucidez y en la conciencia de aceptar lo que tenemos, pero seguir avanzando procurando algo que más que tener cosas. Se trata de ser mejor persona. 

Si descuidas tu ser interior naufragarás. Tú eres el viajero principal de tu propio barco. Cuidate, pero también procura cuidar a otros. La paz llegará cuando sabes que te has esforzado. No se trata de que seas perfecto, pero si lo suficientemente humilde para aceptar un consejo y enderezar el rumbo. Busca ayuda si es necesario, pero no te resignes, no te entregues, aún queda camino por recorrer. Mientras haya vida, habrá esperanza. Y si tienes vida, sin lugar a dudas, eres más privilegiado que todos los muertos, aunque hayan obtenido más medallas que tú. Hoy estás vivo y tienes la oportunidad de hacer de tu vida algo valioso.




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