miércoles, 25 de mayo de 2011

Decídete a ser feliz

En esencia todos somos iguales. Sin embargo muchas veces nos preocupamos  por tratar de ser más que los demás, como un símbolo de éxito y un logro que da sentido a nuestra existencia. Determinamos que la cantidad de dinero que ganemos o tengamos acumulado en una cuenta bancaria, es la medida de nuestra valía. Nuevos códigos y símbolos de estatus se crean día a día: tener un carro de ciertas características, vivir en determinado lugar de la ciudad, poseer lo último en tecnología, vestir de determinada manera, son las preocupaciones que muchas personas llevan sobre sus hombros día a día. Luego queremos rodearnos de personas solo  estén a nuestra altura, gente que supuestamente llene la medida de nuestro nivel financiero y cultural.

Pero, y puede sonar a pregunta trillada, ¿eres realmente feliz? Si crees que buscando cosas materiales serás feliz, estarás siempre insatisfecho(a). No desperdicies tu juventud ni tu vida buscando ideales superficiales. No esperes a tu vejez para que, de repente, te vuelvas espiritual. Lo que siembres, eso también segarás. Si no sembraste para tu alma y tu espíritu durante tu juventud, ¿esperas recoger frutos espirituales en la vejez? Lo que no siembres, tampoco lo segarás.  Si no hiciste amigos, ¿de dónde crees que saldrán? Si no sembraste perdón, entonces la amargura te rodeará.  Si tus palabras han sido de murmuración, entonces también serás una persona de la cual hablarán, pero no para bien.  ¿Quiere esto decir que si ya estás viejo, no hay esperanza? Mientras haya vida, habrá esperanza. Esperanza para cambiar, para ser una mejor persona, esperanza de ser feliz. Pero deja ya de buscar la felicidad en el dinero, en la satisfacción inmediata del placer pasajero e ilícito, en la embriaguez, o en la malsana satisfacción de oprimir o burlarse de otra persona. 

Sí es posible ser feliz, pero tienes que estar dispuesto a aceptar que tal vez estás buscando la felicidad en el lugar equivocado. Tienes que estar dispuesto a desaprender y aprender de nuevo. Tienes que estar dispuesto a dejar ir. Te aferras a cosas que ni siquiera puedes poseer. ¿Qué placer obtienes de poseer una casa? Tan sólo contemplarlo con tus ojos. ¿De qué sirve acumular muchas cosas si cuando mueres no te puedes llevar contigo ni  un alfiler? Aprende a soltar. Los niños nacen con las manos cerradas, pero morimos con las manos abiertas. 

Es posible ser feliz, cuando aprendemos que la humildad no es sinónimo de vergüenza o servilismo. Humildad es sabiduría. Humildad es una noción clara, diáfana, transparente, de la realidad. Ser humilde es reconocer nuestra verdadera condición, es ser capaces de reconocer nuestros errores y limitaciones actuales, en lugar de vanagloriarnos en éxitos pasados. Es soltar ese engañoso y falso complejo de superioridad, donde menospreciamos a los demás, por su condición social, financiera o tal vez por su aspecto físico. Si te consideras tan privilegiado, ¿entonces por qué no compartes algo de lo que tienes? ¿Si te consideras muy próspero, entonces por qué no donas algo de tu dinero?  Tienes que soltar, dejar ir, dejar de estar tan apegado, dejar el egoísmo, porque cuando aprendes a soltar, te empiezas a quitar cargas de encima.

Es como aquel hombre que naufragó en medio de la  mar, y sus compañeros le gritaban desde el bote salvavidas: -¡Suelta esa maleta y súbete ya!-. Pero el hombre respondió:- No puedo. Tengo mucho oro y lo puedo llegar a necesitar-. Finalmente se hundió  y murió.  Su oro no le sirvió para salvarse, al contrario, lo terminó de hundir. Eso a lo cual nos aferramos, que pensamos que es nuestra tabla de salvación, puede que nos esté hundiendo hasta morir. Eso que idolatramos, tal vez nos puede fallar más adelante. Tienes que aprender a sobrevivir, con lo que realmente necesitas, quitarte cargas de encima, bultos innecesarios,  pesos que solo producen estorbo. Odios enmohecidos, rencores de años, disputas sin sentido, envidias que sólo carcomen tu  interior. Sí se puede ser feliz, pero tienes que aprender a soltar.

No se trata de hacer votos de pobreza y quedar en la ruina absoluta. El problema está en tu corazón. ¿Amas más las riquezas que a Dios? ¿Cómo es el corazón del hombre cuando ama más el dinero? Se vuelve una persona egoísta, codiciosa, no ama a los demás con generosidad y libertad. Es el dinero el que establece sus códigos de conducta y escala de valores. Si el dinero está por encima de todo, así será el manejo de tu tiempo. Así serán tus relaciones interpersonales, tus relaciones familiares, la forma en que ves la vida,  siempre con ese piso falso de la confianza necia en tu dinero.

Cuando mueras nada te llevarás contigo. Así que hoy decide a quitarte ese peso, esa preocupación y angustia que el dinero te pueda generar. Vuelve a reconfigurar la escala de los valores, con la premisa del amor generoso, no pierdas más tiempo. Vuelve a ubicar el dinero en el lugar que se merece: al servicio del hombre y no el hombre al servicio del dinero.
No vivas ya del qué dirán. Decídete a ser feliz.